He leído con interés el número de Educar(nos) que habla de "redoblar la escuela". Yo soy maestro en un colegio público, enseño a grupos enteros, durante el horario escolar, y examino a grupos enteros. Veinte, veinticuatro niños. Lo de dar "clases particulares" de manera individualizada o en grupos reducidos, y lo de ir a conocer la realidad socio-familiar de los niños, es algo que siempre me ha llamado la atención. Lo he hecho un poquito por mi cuenta, algunas veces, en la medida en que mi carácter de funcionario docente "un poco extraño" me ha llevado a ello; condicionado por el tiempo y las relaciones de que dispongo, y también por mis otros intereses no pedagógicos, y asimismo por mi escasa sociabilidad general. Me gustaría estar rodeado de gente que lo hiciera, para alentar mi energía en estas prácticas. Cuando estaba de maestro en una aldea de la Andalucía olivarera, una alumna lista me dijo: "Si supieras cómo vivimos nos enseñarías diferente". A veces me planteo si es mejor conocer o no conocer demasiado la realidad de los niños. Para un milaniano, esta duda está fuera de lugar; pero yo no soy milaniano. Me gustaban las juntas de evaluación de mi anterior colegio en Torrelavega, donde se pasaba largo tiempo comentando los pormenores familiares y psicológicos de los chiquillos. Había allí un maestro que no participaba de esas pláticas, sólo quería acabar pronto e irse a casa; estando junto a él, se diría que sus alumnos no tenían rasgos dignos de comentario: parecían todos grises. Dije delante de él que deberíamos tener sesiones específicas, fuera de las evaluaciones, para intercambiar conocimientos sobre las circunstancias personales de los niños. Él respondió: "Algunas cosas más vale no saberlas". Me pareció muy mal lo que dijo. Después, con el paso de los años, a veces pienso que, el saber o no saber "ciertas" cosas de los niños, depende de la fuerza con que tú seas capaz de mantener el ideal y la inspiración. Hay veces en que un maestro nuevo llega a un grupo de críos y, desconociéndolo, funciona con una imagen de los niños (irreal, por supuesto), y esa imagen falsa, ese estado de engaño, le permite ser genial, comunicar, inspirar. Los chavales pueden salir entonces encantados, ignorantes de la ignorancia de su maestro. Charles Chaplin fue gracioso mientras creyó que el público era bueno y que le comprendía hasta el fondo. A medida que fue conociendo la realidad humana, fue perdiendo gracia, sintiéndose demasiado diferente, distanciándose de las gentes, y produciendo películas más filosóficas, más sociales y más radicales, que cada vez gustaban a menos gente. Hay que ser "grande", tal vez como Milani, para mantener el fuego (yo, por ejemplo, llevo dentro la música, el arte, y también la especulación abstracta: podría aportar eso al mundo) y que no se te apague en el contacto con la realidad. Eso es difícil. Si no, tal vez vale más "soñar", mismamente en beneficio de los propios alumnos. Pero he de decir que yo no he tomado esa vía: estoy abierto a la del conocimiento de la realidad, no he tirado la toalla, digamos.
Una cosa que echo en falta en este número del boletín es que digan qué resultados académicos han obtenido, qué mejoras en lengua o matemáticas han conseguido con los chavales: si observan en ellos más progreso que el meramente afectivo, o no. Eso tiene su importancia. Espero que este comentario por mi parte no sea demasiado "propio de un maestro al uso". Es que me interesa el tema de hasta qué punto los malos resultados escolares de los niños pobres viene causado por sus circunstancias sociales. Es un tema interesante, pero en el que, pienso, no hay que caer en simplifaciones. En definitiva, y al margen del valor que la labor de Milani tuvo por sí misma, me interesa saber si se puede decir que Milani consiguió algo. Y, si el balance fuera escaso (habría que considerar, para ello, la relación de sus alumnos directos: qué ha sido de ellos, qué han hecho después ellos mismos...), preguntarse si entonces una escuela con quince o veinte milanis habría conseguido mucho más, o quizá poco más. Por otra parte, el hecho de que don Lorenzo enseñara a leer a un niño disminuido psíquico, me llama la atención, y me recuerda a lo que una familia de mi tierra (Santander) ha conseguido con sus dos hijos deficientes, que es muchísimo y contra todo pronóstico; y me recuerda, finalmente, a los logros de un cierto maestro de barrio marginal latinoamericano, del que he tenido noticia recientemente por Internet, que ha conseguido rendimientos también inesperados con algunos chicos de la barriada, tras machacarse buscando métodos pedagógicos alternativos. Pero pienso que la cultura local puede ser un gran determinante: no en todas partes, quizá, los pobres carecen de interés por la cultura, ni son vagos, ni egoístas, ni desconsiderados, ni chabacanos, ni indiferentes, ni tramposos, ni desagradecidos... La cultura local (y la época, la situación coyuntural) puede hacer que los pobres sean diferentes en unos sitios que en otros, y eso puede hacer que, los rendimientos obtenidos con los pobres (rendimientos estrictamente académicos y rendimientos culturales o espirituales) cambien radicalmente de unas regiones a otras. Habría que saber cómo eran de receptivos culturalmente los habitantes del Mugello, ante una figura con autoridad, valiosa y brillante como la de Milani, y cuántos Milani se están perdiendo como agua en la arena seca quizá por falta de receptividad por parte de los entornos sociales que los rodean y que no se dignan a apreciarlos. No sé, en definitiva, si son iguales por ejemplo los pobres del Mugello de los años 60 en Italia, que los pobres de la España del 2013.
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