ÁNGEL
Ángel se arrima todos los días a la valla del colegio. A menudo acompaña a sus hermanos menores. Cuando han entrado todos, se queda desolado, merodeando alrededor del centro. Se va y vuelve a la hora del recreo. Mira nostálgico cómo juegan en el patio los niños y las niñas que hasta hace un par de años eran compañeros suyos. Ángel debería estar en el Instituto, haciendo Secundaria, pero apenas si pisó en él. Allí no lo conocen, salvo su nombre, entre otros de una lista, más o menos larga –siempre son demasiados abandonos, por pocos que sean- que se matriculan, pero no van; han desistido. Aparecen, si acaso, al principio del curso, ven el panorama, nada favorable para ellos, y se dicen “aquí no tengo nada que hacer; sobro”. Así que no vuelven.
Yo me acerco a él. Me saca la cabeza (es muy alto, espigado y desgarbado, como corresponde a sus 15 años) y yo más bien bajito. Me impone. ¡Cómo ha cambiado! Le saludo cordialmente y le pregunto, sabiendo la respuesta, ¿qué haces por aquí?, ¿no deberías estar en el Instituto? ¡Pero si lo dejé hace mucho tiempo!, contesta airado. Ya lo sé, le corto, pero quería que tú me lo confirmaras. Sabes que aquí no debes estar; además estás llamando la atención de los niños que se acercan a verte y tú sabes que no deben hacerlo, que se lo tenemos prohibido, por su seguridad, asomarse a la valla, o hacer caso a quienquiera que los llame, aunque sean familiares, le insisto. Sí, director, lo sé, me dice resignado; pero, profe, es que me aburro mucho y no sé qué hacer ni dónde ir. Mira, Ángel, le comento amistosamente, me encantaría dejarte entrar al colegio. Estarías mejor que ahí fuera, vagando sin saber qué hacer ni dónde ir. Te enseñaríamos un montón de cosas que has olvidado y otras muchas que, estoy seguro, te gustaría aprender, que te servirían para la vida, que ya eres mayorcito, y no puedes quedarte aquí, ocioso, incordiando, mano sobre mano, mirando cómo se te van los días y la juventud. Éste ya no es tu sitio. Así que, entiéndelo, no puedo hacerlo. Es ilegal. Además, nos crearía un grave problema, pues la mayoría de las familias que no tienen expectativas de que sus hijos sigan estudiando, querrían lo mismo. Y aquí sólo podemos impartir Primaria, hasta los trece años como mucho. ¡Claro que lo entiendo, profe!, exclama decepcionado y, olvidando la cuestión, desvía la mirada hacia otro punto para gritar entusiasmado ¡Gol! ¡Gol! ¡Vaya golazo que ha metido mi hermano! Yo vuelvo la vista y compruebo cómo los compañeros abrazan a su hermano, y todos miran a Ángel, que le han oído gritar, contentos de que no se haya perdido la jugada.
Mientras me separo discretamente, camino del despacho, no dejo de pensar en el rollo que le he soltado a Ángel, y en su suerte, la de tantos como él que abandonan prematuramente la enseñanza obligatoria, apenas iniciada la Segundaria. No puede ser, no puede ser… me digo enfadado e impotente, ¿cómo es posible que no haya sitio para estos muchachos en ningún centro? La terrible maquinaria escolar sigue produciendo desechos del sistema que nadie quiere atender, a pesar de los programas de recuperación y de tanto profesorado especialista. Son muchachos que molestan y estorban, porque significan y denuncian sin pretenderlo el fracaso del sistema educativo, carne de cañón abocada a la delincuencia, que dará con sus huesos en centros de internamiento juvenil y, más tarde, en la cárcel. “La escuela -como denunciaron certeramente Milani y sus alumnos en Carta a una maestra (1967)- no tiene más que un problema, los chicos que pierde”. Y así seguimos, cuarenta y siete años después, como si nada hubiera cambiado, con un montón de leyes educativas por medio. La recién aprobada LOMCE tampoco apuesta por ellos, los que más la necesitan, sino que prefiere a los “excelentes”, o sea, los que van a la escuela, preferentemente privada, enseñados y aprendidos, a medrar, en busca de un futuro que les sonríe, en el que no caben los expulsados del sistema, que, contrariamente, lo tienen muy negro.
- blog de Alfonso Díez
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Comentarios
2 comments postedgracias
La situación es triste, desde luego, y si todos fuéramos como Milani, no digo yo que esto estaría arreglado, pero seguro que no estaría tan mal; pero tengo que decir que yo nunca me he acostumbrado a que la educación obligatoria sea hasta los 16 años. Hay chavales que están aburridos del estudio ya antes de acabar la primaria, necesitan un lugar en el mundo, desde luego, todos lo necesitamos, pero ¿por qué ese lugar ha de estar necesariamente en un centro de estudio?, ¿por qué no puede estar en un centro de trabajo, o en algún otro sitio? El gobierno instauró la obligatoriedad hasta los 16 y lo hemos acatado como si fuera palabra de Dios, nadie ha vuelto a hacer alusiones al sistema anterior, o a que empeñarse en mantener juntos, bajo la idea de "un currículum lo más común posible" (comprehensividad), perjudica el nivel de los preuniversitarios, que con el sistema LOGSE sólo disponen, ahora, de dos cursos para alcanzar el nivel necesario para la universidad, libres de la presencia de los que no pueden seguir el nivel, nivel que para ellos es el natural. Algunas universidades han tenido que crear un "curso cero" porque la gente lleva a primero de carrera sin nivel. Sólo ciertos profesores de instituto se han quejado de esto, porque han tenido que lidiar con algo que no figuraba en su contrato, aparte de que no tienen ganas de hacer "de maestros" -ni tendrían por qué, quizá, si no estudiaron ni aprobaron para ello-. Yo lo pregunto en serio: ¿por qué todo el mundo tiene que estudiar, estudios reglados y oficiales, hasta edad tan avanzada?
Hay que hacer precisiones a lo anterior, por supuesto; pero la idea general creo que es válida aunque no sea políticamente correcta; y ya me gustaría saber qué opinaría MIlani.
Milani diría que estudiar es bueno para todo el mundo, claro. Yo también lo digo: estudiar, a cualquier edad y para cualquiera, es bueno. Pero depende de lo que entendamos por estudiar. Asistir a una especie de doposculas, donde analices con un tutor temas de tu interés, sin prisa y sin temor a perderse en vericuetos y a no dar el programa, se parece a estudiar desde luego, y está muy bien, pero no es estudiar propiamente hablando. Yo mismo no he valido para estudiar ciertas cosas: en química sacaba unos y doses, cuando mi mejor amigo sacaba nueves y dieces. Eso era en el BUP. Nunca se nos ocurrió que él podría ayudarme a aprobar la química, quizá a entenderla, o a que me gustase: simplemente, la química era lo suyo, y no era lo mío; no le dimos más vueltas. ¿Había que darle más vueltas? Pienso que no: la química no es parte del currículum básico y obligatorio. A él no se le daba la música o el dibujo tan bien como a mí; ni estudió hasta sexto de piano como yo; cada uno hacía bien en dedicarse, sin más, a lo que se le daba y le gustaba. Quizá con otro profesor de química y unas clases particulares me habría ido mejor, pero tampoco era cuestión de meter los cuernos por narices; con no dedicarme a la química ya estaba. -Él sí se dedicó-.
El problema es cuando las asignaturas son obligatorias, o simplemente se entiende que son básicas para desenvolverse en la vida moderna; que cada vez ha ido siendo más exigente con sus ciudadanos. Y el problema es también cuando no hay trabajos, ni "lugar en el mundo", para chicos que hace tiempo (pongamos desde 3º o 4º de primaria) han visto cómo se agranda su diferencia, en rendimiento escolar, entre ellos y otros compañeros de clase, y siempre con perspectivas de a peor, sin remedio. Se dirá que en muchos casos esto se debe a la clase social y no a la inteligencia natural, pero es que en la práctica no me parece una distinción relevante, aparte de que es difícil distinguir cuándo se es pobre por torpe intelectual y cuándo se es torpe intelectual por pobre. No hay trabajo ni siquiera para los buenos en los estudios, la gente emigra a raudales, emigran tal vez los mejores. Y el caso es que la economía española, según dicen, necesitaría, para remontar, una mayor especialización y calidad en la cualificación de los puestos de trabajo: lo que sobra en España no son precisamente puestos especializados, sino puestos de baja cualificación. Ésos que se van, son los que tendrían que estar cambiando el modelo económico en España, hacia la nueva industrialización; suponiendo que se les dejase, en un país desde siempre intervenido y subordinado como es éste.
Milani enseñó a leer a un niño que era deficiente mental. Me costó creerlo, e incluso me costó encontrarle la utilidad, porque no creía que el chico hubiera alcanzado realmente lectura comprensiva; pero luego he sabido de casos increíbles. Son posibles logros inesperados si se pone amor, ganas, tiempo, y los conocimientos necesarios. Sólo que ocurren dos cosas: el hecho de que haya sido posible en algunos casos, no me es garantía de que se pueda conseguir en todos, ni siquiera en una mayoría (habría que intentarlo así y todo, claro); y, segundo, que, con los medios y la calidad del personal de que disponemos en el sistema escolar estándar, no se puede llevar a cabo esa atención especialísima e individualizada (o comunitaria) que a veces, muchas veces, es tan precisa. Realmente... no me voy a poner conformista, pero, si comparamos cómo han llegado a estar ahora de instruidas las masas, con cómo estaban en el s. XIX y antes, diríamos que mucho han hecho por el pueblo el sistema escolar y el Estado. No tanto como querríamos, claro, pero es que hemos vivido en un "clima social" propio del s. XX, como decía Milani. Antiguamente, cuando por cierto sí había trabajos apropiados -y falta de escrúpulo a la hora de poner a trabajar a un infante- para mocitas y rapazuelos (y también se casaban más jóvenes), era cuando se encerraba a los "subnormales" en una habitación por el resto de sus días, dejándoles que gritasen y echándoles la comida por debajo la puerta; y si nos remontamos a la Edad Media o entramos en la vida de las bandas y aldeas, de las que hemos mamado hasta hace poco en realidad, observamos que los que daban problemas o "sobraban" de algún modo eran tratados negligentemente, incluso por sus madres, hasta que "casualmente" morían. Eso cuando no estaban aquejados de alguna enfermedad mental (esquizofrenia, etc.) que hacía que algún alma caritativa (caritativa con la comunidad) se tropezase con ellos y cayeran a algún remolino del río. Así ha sido la historia del ser humano hasta hace poco -lo hemos llegado a ver algunos-, y así sigue siendo tal vez en la mayor parte del mundo.
Ahora los chicos que no estudian ni siquiera se pueden ir a la mili, ni entrar en el ejército. Ni las chicas "a servir", porque el servicio doméstico no es como antes, ni la clase media (que ha decaído y sigue decayendo) tiene el servicio doméstico que tenía antiguamente.
Como la escuela al uso no va a poder alcanzar nunca el nivel ni las características de Barbiana (porque un antiguo alumno de Milani así lo piensa y porque Barbiana, al ser no solo una escuela, sino más que una escuela, no era propiamente una escuela, según lo que solemos entender por tal término), la única solución que yo le veo es que haya itinerarios (aparte de refuerzos, "clases particulares" para los rezagados que les sirvan para algo más que para hacer los deberes, yq ue las tengan también en verano), itinerarios en que los alumnos puedan dejar las asignaturas que, aoarentemente y tras esfuerzos demostrados, parece que "no se les dan", y puedan después, aunque haya diferencia de dad con sus nuevos compañeros, retomar esas asignaturas y volver a intentarlo, cuando se vean más capaces. Ni siquiera pondría una edad límite fija para acabar la escolaridad obligatoria, simplemente habría un porcentaje de chavales que podrían hacerlo sin dejar nada ni repetir nada, otros que acabarían más tarde. Tal vez estas ideas parezcan descabelladas y clasistas, pero ya dijo Milani que las cosas podrían llegar a ser muy diferentes de como nos las pintábamos, y que había que ser creativos.
Y, desde luego, no me empeñaría en que todo joven, digamos a partir de los 13 años, tuviera que encontrar su papel en la sociedad a través de un centro educativo. ¿O no se pueden obtener unos conocimientos básicos suficientes desde los seis hasta los trece años?, son siete años de estudios, ya vale. Sobre todo para algunos que pueden bien con ello. En Finlandia empiezan a los siete, y el preescolar no es obligatorio. Lo que hay que cambiar, aparte de la escolaridad, es la sociedad; que tiene que cambiar en primer lugar por sí misma, siendo más reivindicativa, más analítica (que no me digan que la gente está manipulada; lo está, desde luego, pero también porque no quiere complicarse la vida; nunca lo ha querido, diría yo, sobre todo en ciertos países), y más amante de la cultura, de los hijos, de lo comunitario y del esfuerzo. Y tendría que haber más trabajo, claro, pero la informática está quitando muchos puestos de trabajo y no se sabe cómo se van a poder recuperar.
Mientras tanto, los funcionarios docentes a pasar vergüenza por tener trabajo (es de lo más noble que puede pasar por nuestro corazón, por nuestra actitud), trabajo y sueldo parece que fijos de momento, frente a alumnos que están condenados a ser "ni-nis", y con padres que están también igual o parecido.