Escuela y teatro
«La ilusión del teatro debe de ser parcial. De modo que siempre pueda ser reconocida como tal ilusión. A pesar de toda su plenitud, la realidad ha de estar transformada por el arte» Bertolt Brecht
Influido por la gratificante lectura del reciente y espléndido número 86 de Educar(NOS), Camellos en Barbiana, sobre Lorenzo Milani y su escuela, he rescatado de mi biblioteca un libro que guardo como un tesoro, desde que lo compré en 1980 y recuperé a duras penas en varias ocasiones, ya que lo presté a varios amigos que se interesaron por él. En otras ocasiones he preferido comprar el libro prestado, que ya daba por perdido, pero en esta no me resignaba, ya que lo tenía subrayado y lleno de importantes y personales anotaciones en los márgenes. Además de su concienzuda lectura acerca del teatro escolar, en este caso, un teatro realista no exento de creatividad, llevé a escena dos de las interesantes obras teatrales que contiene con mis alumnos de varios centros escolares en los que ejercí, tanto rurales como urbanos, e, incluso, con los alumnos de la Escuela de Magisterio de Salamanca.
El libro en cuestión es El teatro de los niños, de Giussepe Bartolucci (Edit. Fontanella, Barcelona, 1975, 350 pp) y las obras que representé son: «Zapatogrujo» de Mafra Gagliardi, una profesora de literatura de Padua, que trata sobre la explotación laboral de los niños, especialmente de las niñas, que abandonaban prematuramente la escuela, pues lo común era que aprendieran un oficio y no volvieran más a ella, o sea, dicho en italiano, “se toga su un mestiero”, es decir, que aprenda un oficio en vez de ir a la escuela donde se aprenden cosas poco menos que inútiles. Y la otra, «La atenuante del art. 62, nº 4», un espectáculo acerca de los problemas de la justicia, y de que ésta no es igual para todos, como lo prueba el hecho universal de que, como se dice en la obra, “los grandes ladrones están en la calle”. Pieza escrita colectivamente y representada por niños entre 12 y 15 años, pertenecientes al centro de actividades extraescolares del Grupo de Barrio F. Ferrucci de S. Frediano (Florencia).
Pero en el libro hay otras obras muy interesantes también, todas ellas representativas del llamado teatro diferente, como lo denomina Bartolucci, que bebe en las raíces del Nuevo Teatro del dramaturgo Giuliano Scabia, el cual realizó escenificaciones teatrales y dramatizaciones en los barrios de Milán y Turín con fuerte compromiso social. Un teatro para niños distinto al habitual, creativo y lúcido; de análisis de la realidad, índole política y concienciación social; de debate y creación colectiva, con evidente conexión con la escuela, la educación de los jóvenes y los problemas sociales más candentes, a la manera del teatro épico o dialéctico brechtiano y su método del distanciamiento dramático.
No en vano las alusiones a Mario Lodi y a Gianni Rodari, entre otros, son tan inevitables como oportunas. En el caso del primero, como ejemplo precursor de lo que se puede sacar trabajando, desde dentro de la escuela, mediante la dramatización como procedimiento pedagógico socializante, y en el del segundo, el uso de la fábula y la interconexión de palabras, sonidos e imágenes para reinventar la realidad sobre lo real. No hay entretenimiento evasivo o alienante ilusión, sino recreación lúcida de los acontecimientos reales para una la lectura comprensiva del mundo.
Naturalmente, no podía faltar, hablando de teatro escolar, la crítica al clasista sistema educativo que selecciona y expulsa a los hijos de los obreros, beneficiando sobre todo a los pierinos o hijos de papá, que parten con ventaja y van a ella a medrar. Carta a una maestra (1967) es el paradigma de esa denuncia. O sea, de la escuela que sólo funciona para los privilegiados de origen, trampolín socioeducativo de los que tienen todas las cartas a su favor y acaban ostentando el poder político, económico y cultural, y, sobre todo, filtro cruel de los desfavorecidos que no cumplen o no se ajustan a las estandarizadas condiciones establecidas, claramente perjudiciales y discriminatorias al no ser iguales ni disfrutar de las mismas oportunidades, recursos y posibilidades, en una teórica e hipócrita igualdad.
El centro de actividades extraescolares de Rovezzano parte de la lectura de Carta a una profesora y construye un espectáculo sobre la selección clasista de la escuela. En la representación, el hijo del obrero será suspendido y no terminará la escuela obligatoria; ya mayor, se encontrará trabajando en la fábrica del padre del antiguo compañero que se sentaba junto a él en el banco de la escuela, el alumno excelente que levantaba siempre la mano y que conocía todas las respuestas: ahora es un magnífico ingeniero que todavía sabe más cosas. En definitiva, “la escuela, igual para todos, sólo funcionó para uno: la cultura ha seguido siendo privilegio del que acapara el poder” (p. 311).
En este sentido, en la introducción a la obra citada, «La atenuante del art. 62, nº 4», Benito Incatasciato hace hincapié en el objetivo y la esencia del teatro en las actividades extraescolares: “los centros de actividad extraescolar de los barrios florentino nacieron con la precisa función de contraponer a la educación burguesa de la escuela un modelo educativo alternativo en el plano de los contenidos y de los métodos que permitiera una auténtica evolución personal y social del niño a través del desarrollo de sus facultades críticas y creadoras (…) El chico proletario que se encuentra en el interior de la educación institucionalizada no tiene opción: o hace propios, pasivamente, los contenidos culturales y los valores que estos expresan, formándose una conciencia individualista y burguesa, o es marginado por anómalo- en términos psicológicos: inadaptado- frente a los modelos de conducta impuestos por las clases dominantes”(p.303).
Volviendo al monólogo teatral Camellos en Barbiana del principio que ha motivado este artículo, parece ser que Milani debió preparar alguna obra teatral con sus chicos, aunque, para mí, la mejor representación, sin papeles predeterminados, fue la realizada cada día en su escuela, que era en sí misma un taller creativo, un escenario lúcido y realista en el que se revelaba la actualidad para su análisis y comprensión, para que cada cual eligiera bien el papel que le ha de tocar en la vida, no el individualista y burgués de llegar a ser médico o ingeniero, sino mucho más, el de soberano y dueño de sí mismo, con el objetivo primero de expresarse, de entender y hacerse entender, y la finalidad última de dedicarse al prójimo.
Alfonso Díez. Julio, 2019
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Comentarios
2 comments postedAmigo Alfonso: en Barbiana también se representaron piezas teatrales alguna vez... Lo que no sé es si había público espectador y espacio suficiente, como no fuera al aire libre. Hay fotografias de los chicos representando a Goldoni, creo. Ya buscaré más datos precisos. JLC
Gracias, Corzo, por la corrección. No lo sabía o no me sonaba, aunque, ahora que lo pienso, no me extraña que se representara alguna pieza teatral en ciertas ocasiones. Escuela y teatro han sido estupendos cómplices en todas las épocas y lugares. En este caso, mi referencia a Barbiana incidía sobre todo en el trabajo colectivo del día a día en la escuela, como el de una auténtica obra teatral, pero sin roles predeterminados. Así que, recojo tu observación y corrijo el texto. Un abrazo. Alfonso.