Reflexiones y actividades educativas durante la pandemia
Decía Einstein que no es posible que cambien las cosas si seguimos haciendo lo mismo de siempre, y que las crisis son beneficiosas, porque tras ellas llegan los progresos. Una verdad de esas que a fuerza de ser tan obvias las damos por hechas, no profundizamos en ellas y se nos escapan, con lo que, a menudo, las olvidamos sin apenas hacerles caso. Sólo nos acordamos de ellas cuando nos amenaza un grave peligro (“vemos las orejas al lobo”, se suele decir, o rezamos a Santa Bárbara cuando tenemos la tormenta encima). Peor aún cuando caemos en desgracia por la pérdida de un ser querido, por un accidente, una grave enfermedad o perdemos el trabajo y nos arruinamos económicamente, poniendo nuestras vidas patas arriba sin estar preparados para afrontar estos inesperados y traumáticos cambios. Más aún, como es el caso de la pandemia actual, cuando nos invade un virus desconocido, extremadamente contagioso y mortífero, que diezma familias, pueblos, ciudades y países, y se extiende por todo el mundo sin que se logre vencerlo. Entonces el miedo, la incertidumbre, la angustia, la depresión, la negación de la realidad, la impaciencia, el aislamiento y el cansancio psicológico, la sensación de perder el control y el sentido de nuestras vidas nos vuelven más vulnerables e impotentes. Mientras, quienes no lo advirtieron, como quien clama en el desierto, levantan sus voces y nos lanzan, con razón y cierto rencor, sus reproches a la cara: «¡ya lo advertíamos, pero nos tomabais por locos!». No nos queda otra que adaptarnos a la realidad, echar mano de los recursos que estén a nuestro alcance y cumplir las normas que las autoridades científicas, sanitarias y políticas establezcan; de la imaginación y sentido común; de la solidaridad y la cooperación entre unos y otros, adquiriendo nuevos hábitos saludables y desechando otros por perjudiciales. O sea, de "dejar de hacer lo mismo de siempre", al menos hasta que vuelva la normalidad y se produzcan los cambios necesarios, porque se trata de un auténtico desafío social al que hay que enfrentarse conjunta e individualmente con responsabilidad, conocimiento, racionalidad, cautela y mucha prevención.
Hoy, salvo los negacionistas de moda la mayoría comprendemos que ante la irresponsable destrucción del planeta y su biodiversidad, de la brutal explotación y deterioro continuos a los que lo sometemos, la naturaleza responde, se defiende o reacciona biológicamente, porque la vida siempre se abre camino, creando virus, bacterias y otros microorganismos de gran poder destructor, quizá para hacernos ver que no somos sus dueños. Como las cada vez más frecuentes catástrofes naturales (huracanes, ciclones, maremotos, terremotos, riadas, sequías, incendios, calentamiento global, deshielo de los polos, desaparición de especies animales y vegetales, etc.). No es una venganza, sino una reacción lógica y natural, aunque a veces pesemos que sí, como en un castigo divino o mitológico, porque, en el fondo, nos sentimos culpables de nuestra soberbia y codicia sin límites. Son mensajes rotundos para que cambiemos nuestra forma de vida, para desterrar el capitalista, insolidario y destructivo objetivo de la “buena vida”, a base de producción y consumo irracionales, al responsable, sensato, sostenible y solidario de la “vida buena”, como nos enseña Francesco Gesualdi en sus escritos.
En una entrevista a Francesco Tonucci a propósito de su libro «¿Puede un virus cambiar la escuela» (Grao, 2020) en el periódico argentino «La Nación» (abril, 2020), en plena pandemia, con confinamiento doméstico incluido, éste recuerda la cita de Einstein. Ahora en el sentido de que la escuela tiene una gran oportunidad para adaptarse a las circunstancias, que no puede seguir haciendo lo mismo como si apenas pasara nada. Pretender seguir los diversos programas de cada materia a distancia, vía on line, que muchos alumnos no disponen, ni siquiera de ordenador o internet, realizando en casa las tareas escolares que han de hacerse en la escuela, implicando a los padres en ellas cuando no todos pueden o no están preparados para ayudar a sus hijos ni disponen de los medios necesarios, intentar recuperar el tiempo y los contenidos escolares no impartidos es una locura, una misión frustrante, de la que sólo saldrá beneficiado el alumnado con mayores y mejores recursos. "Porque no podemos quedarnos atrás en la competitividad académica, la de las notas y los títulos", es el lema interiorizado socialmente. Así que la desigualdad ya existente será aún mayor. Como decía Milani, creyendo ser justos al tratar a todos por igual, se consigue lo contrario, más injusticia.
Entre tanto, se pierde una gran ocasión para aprender otras cosas no menos importantes para la formación de los niños, con la participación, aquí sí, de toda la familia: hacer limpieza, ordenar juguetes, libros, apuntes, fotografías, recuerdos y demás cosas personales; juegos conjuntos (ajedrez, damas, puzles…), cocinar o elaborar salsas sencillas mezclando algunos ingredientes, hacer bocadillos; poner la mesa, fregar; ordenar las habitaciones y hacerse la cama; arreglar enchufes o aparatos averiados de fácil solución, aprender a usar los electrodomésticos; buscar información y documentos en enciclopedias o en internet (si se dispone de él), dibujar, pintar, decorar; realizar lecturas en voz alta y dramatizaciones divertidas de relatos, cuentos, novelas; ver películas en grupo y comentarlas, escuchar música; realizar cálculos matemáticos midiendo y pesando magnitudes del propio hogar (longitud, superficie y volumen de las habitaciones, de las mesas, armarios, cajas…; capacidad de los envases o recipientes más conocidos como vasos, jarras, botellas, cazuelas, ollas, garrafas o de la bañera; peso de alimentos o de cualquier objeto, etc.), lectura e interpretación de etiquetas de productos alimenticios, de prospectos, de instrucciones de aparatos, etc., etc. O repasar el idioma extranjero (francés, inglés, alemán, portugués o italiano) con vídeos, audiciones, diálogos, canciones, etc.).
Y que estas cosas las escriban en diarios o cuadernos, como recomienda Tonucci, para que después los maestros las lean y evalúen, no con notas, sino con comentarios positivos, porque les van a servir para conocer mejor a sus alumnos; sabrán qué cosas han hecho y aprendido, cómo ha sido la convivencia familiar, qué problemas o dificultades han surgido, qué momentos han sido los más divertidos, polémicos o entrañables, así como de qué manera han utilizado los conocimientos de lengua, matemáticas, geografía, historia, naturaleza o idiomas. En fin, cómo y en qué han dedicado todo ese tiempo. Todo un currículum extraescolar, novedoso, enormemente educativo y complementario del oficial. Sin duda, un rayo de optimismo y esperanza en este tiempo de crisis que nos toca afrontar, porque no será un tiempo perdido, como piensan o temen muchos padres, profesores y políticos, sino muy bien ganado. Tanto que hasta por culpa del virus los niños pueden aprender demasiado, como señala irónicamente "Frato" en el dibujo de la portada del libro, y posiblemente hasta los adultos. No hay mal que por bien no venga.
Alfonso Díez. Febrero, 2021
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