Escribir juntos para comprender mejor
Impresiona la magnífica ilustración de Álvaro, nuestro artista, para la portada del nº 93 de Educar(NOS) sobre la pandemia. Gracias, de nuevo, por esta y tantas otras imágenes de números anteriores que ilustran oportuna y apropiadamente los temas que desarrollamos en la revista. Esta vez, una médica o enfermera embozada en su EPI, agotada física y psicológicamente, tomándose un respiro o descansando después de una dura jornada; terrible seguramente, en medio de tanta tragedia que la desborda y supera moralmente; de impotencia por no poder salvar a todos y cada uno de los pacientes que ha tenido que atender, muchos de los cuales se han muerto, mueren, en soledad, con la mirada extraviada, perdida, confusa, rodeados de plásticos, cables, tubos, aparatos, pantallas… y seguramente también con la mano cogida, entrelazada, por la de una enguantada en látex de esas sanitarias, que intentan transmitir todo el calor posible en los críticos momentos. Heroicos ángeles de aspecto, sin embargo, irreconocible, fantasmal, extraterrestre, como en las películas terroríficas de índole futurista.
Y el futuro, resulta, que está ahí, aquí y ahora, omnipresente, sin piedad, en medio de una UCI aséptica, fría, anunciando inmisericorde a los desafortunados que les ha llegado su hora, sin la mirada familiar de aliento, apoyo y compasión de los suyos. ¿Dónde están?, ¿qué me pasa?, ¿por qué estoy aquí?, ¿me estoy muriendo o sólo es una terrible pesadilla?... Y no es un sueño, ni una película de ficción, es la realidad cruda de una mortífera pandemia de estilo medieval que nos ha cogido inermes, desprevenidos, enredados y autosuficientes en nuestros miserables asuntos. Vendrán más, auguran muchos científicos, alertando de nuestra irresponsabilidad sobre la destrucción progresiva del planeta, del medio ambiente, y la acelerada desaparición de la biodiversidad. Vendrán más y serán a cada cual más letales, como una lógica venganza de la naturaleza herida, o como un cruel y merecido castigo bíblico por nuestra ilimitada codicia y desmesurado afán destructivo, de autodestrucción, en suma. Hasta se habla -lo afirman muchos expertos- de la desaparición de la propia especie humana.
Hace justamente un año, por estas fechas del mes de marzo, recién implantado el estado de alarma, aun temiendo lo que nos podía llegar si no se vencía a tiempo al virus Covid-19, no imaginábamos el dramático camino que nos esperaba sembrado por una imparable lista de muertos y enfermos como en una peste de siglos lejanos, los hospitales colapsados de infectados, las funerarias que no daban abasto a la inesperada demanda de féretros que llenaban las improvisadas morgues en fríos pabellones y las calles vacías, fantasmales, oníricas, como en una desasosegante distopía surgida de un mal sueño.
«¡Dejadnos morir en casa!», es el dramático grito de muchos abuelos durante la pandemia, con el que Francesco Tonucci titula una de las Reflexiones finales del capítulo 4 de su libro: ¿Puede un virus cambiar la escuela? (Grao, 2020). Un breve texto de apenas dos páginas que parece ajeno al objetivo escolar del libro, pero que se inserta perfectamente en las propuestas pedagógicas del mismo, ya que nos sacude la conciencia por ese desesperado ruego de muchos ancianos desde la soledad, el miedo, la desprotección y el desarraigo familiar, lejos de los suyos, sacados de su entorno, de su hábitat y aparcados en la pequeña habitación de una residencia entre más viejos y más enfermos, o en la aséptica y extraña sala de un hospital. Pero a los ancianos se los dejó para más tarde. Abandonados a su suerte, en residencias sin medios sanitarios ni personal suficiente para atenderlos, y, lo peor, se impidió llevarlos a los hospitales. Una vileza.
Cuenta Tonucci, y no me resisto a reproducirlo literalmente aquí: «Soy viejo y sentí un gran pesar al ver a colegas y amigos que terminaron sus días entubados, solos, rodeados de gente heroica que, nos obstante, por necesidades médicas, estaban tapados por mascarillas y material de protección, irreconocibles. No es justo, no es civilizado- se queja. Esta pandemia ha puesto de manifiesto que cada vez que forzamos la naturaleza de las cosas, que construimos entornos artificiales, impulsados principalmente por razones económicas o aparentemente funcionales, la realidad se rebela. Las grandes ciudades han sido los lugares con mayor incidencia del virus, también los hospitales, todavía más las residencias de ancianos. (…) Sacar a los ancianos de sus casas significa desarraigarlos de su tierra, de su historia. En casa tienen sus recuerdos, sus raíces, todo lo que les une a su pasado. Al sacarlos de su entorno pierden sus coordenadas, se sienten desconcertados, van perdiendo facultades. Los viejos no queremos estar con viejos. Nuestra presencia tiene sentido cuando estamos junto a otras generaciones, junto a nuestros hijos y nietos, junto a los niños y jóvenes. (…) Aquel modelo de familia de antaño era probablemente más sano, más justo, precisamente porque disfrutaba de una mayor diversidad, lo que la hacía más fuerte. (…) Sé que muchas veces los hijos no pueden cuidar de sus padres ancianos, puedo imaginar que hay situaciones complejas que no admiten las soluciones que estoy señalando, pero espero que después de esta tragedia se pueda hacer algo para que, siempre que sea posible, la sanidad pública acompañe y cuide a los ancianos en su casa».
Y añade, a pie de página, una nota muy ilustrativa que corrobora su pensamiento, para referirse, en este sentido, a lo que oportunamente ha escrito al respecto el Papa Francisco en su Encíclica Fratelli tutti (Hermanos todos) del 3 de octubre de 2020:
«Vimos lo que sucedió con las personas mayores en algunos lugares del mundo a causa del coronavirus. No tenían que morir así […].No advertimos que aislar a los ancianos y abandonarlos a cargo de otros sin un adecuado y cercano acompañamiento de la familia, mutila y empobrece a la misma familia. Además, termina privando a los jóvenes de ese necesario contacto con sus raíces y con una sabiduría que la juventud por sí sola no puede alcanzar».
Recordemos, en síntesis, esos terribles y significativos datos facilitados por el Ministerio de Sanidad y Consumo y las diversas Consejerías de Sanidad de las CCAA a fecha de 1/3/2021:
- El número de víctimas mortales que el coronavirus ha dejado en las residencias españolas se acerca a los 32.000 (concretamente, 31.849) casi un año después del estallido de la pandemia en España. Lo que significa más del 45% de las muertes totales de personas con coronavirus.
- La mayoría de las defunciones se han producido en Cataluña, Madrid, Castilla y León y Castilla-La Mancha. Las dos últimas, comunidades autónomas de poca población, pero muy envejecida.
- Entre el 7 y el 8 % de los ancianos que vivían en residencias en España habría fallecido por el coronavirus.
Finalmente, hemos de celebrar este interesante número de Educar(NOS), de carácter coral; releerlo, pensarlo, difundirlo y comentarlo para, como se dice en el atinado editorial, «sacarle bien su jugo y lo que enseña. Porque la escritura colectiva es probablemente –entre tantas didácticas de Barbiana- la que mejor absorbe la esencia de la buena pedagogía».
A. D. Marzo, 2021
- blog de Alfonso Díez
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