Días 30 de noviembre y 1 de diciembre de 2016: Cátedra san José de Calasanz en la Universidad Pontificia.
Ya estuvo aquí en 1984 este grandísimo pedagogo brasileño, fallecido en 1997. Estos días regresa a la Pontificia con sus palabras de hace 32 años, editadas por la misma Cátedra extraordinaria San José de Calasanz, que ahora quiere celebrarlas en mesas redondas, conferencias y actividades de los próximos días 30 y 1 de diciembre. ¿Y por qué repetir? Porque el fenómeno Paulo Freire resume muy bien el extravío educativo español (y puede que no sólo). ¿O alguien se cree que el mal está en las reválidas, en los deberes en casa o en los interinos y el acoso?
De Paulo Freire ya pocos se acuerdan y nadie le citará antes de firmar ese pacto tan urgente sobre la educación. Pero él fue un gran mito durante los 70 y 80, sobre todo. Tras ser encarcelado y exiliado de Brasil por las ideas de su primer librillo, La educación como práctica de la libertad, su fama se extendió rápidamente con el segundo: Pedagogía del oprimido. Freire fue un profesor invitado y doctor honoris causa en las mejores universidades del mundo, Londres, Harvard, Ginebra… A Salamanca debió regresar antes de ahora – como descubren estas páginas – para ser investido doctor en la Universidad Pontificia, si el Vaticano no lo hubiera impedido ¡vaya usted a saber por qué sospechas! Tampoco acertó Roma con el otro buen católico y pedagogo insigne, recién rescatado por el papa Francisco: Lorenzo Milani, el cura maestro de Barbiana (Italia), tan presente en Salamanca por la Casa-escuela Santiago Uno y por el Centro profesional Lorenzo Milani. Ambos honraron al Evangelio de Jesús dedicándose a los últimos; Freire, a la masa de analfabetos adultos y, don Milani, a los chavales de aldea y fracasados en la escuela.
Pero su olvido no es cosa de Roma. Aquí tampoco recordamos mucho a los pioneros de la mejor escuela y Pedagogía del siglo XX (Montessori, Freinet, Dewey, Giner de los Ríos, Neill, Piaget, Ferrer y Guardia, Korczak, Makarenko…); si acaso, por algún detalle metodológico. ¿Para qué vamos a discutir con ellos de qué se trata en educación, si ya lo sabemos? Cada vez está más claro: se trata de pertrecharse bien en la escuela para la lucha y el arribismo social y laboral. Y las herramientas didácticas para ello (impresas, digitales y trucos varios) han mejorado tanto que, por ejemplo, “el método Freire” – lo que él mismo rechazaba decir – ya está obsoleto.
Y es que, a veinte años de su muerte, todavía no se ha entendido la profundidad de Paulo Freire. No fue una moda didáctica ni un método de alfabetización de adultos, sino una verdadera revolución pedagógica, que ha sido conscientemente rechazada. La genialidad de Paulo Freire fue alterar el concepto moderno de educación y denunciar la clonación que pretendía. La reacción no podía tardar: “¿que nadie educa a nadie, sino juntos? ¡Lo dirá el brasileño! Hoy educa el estado y ha de llegar a todos con una educación de calidad”. Es decir, la manipulación de los ciudadanos va a aumentar.
Intentaré explicarlo de nuevo, porque hay una forma sencilla para entender la crítica radical de Paulo Freire a nuestra escuela bancaria. Consiste en distinguir, no las palabras, sino los dos fenómenos humanos que ellas esconden: uno es enseñar y aprender muchas cosas (conocimientos, trucos y valores, por ejemplo); y el otro es afrontar bien los desafíos de la vida, que nos llegan del mundo alrededor, de las demás personas y hasta de los enigmas de la vida. La prueba de que son distintos es que conocemos gente muy madura, sin apenas escuela; y que conocemos más de un erudito muy poco educado. Bien podría, pues, haber dos ministerios, el de la pública instrucción y el de una vida buena, que no existe, aunque se llame de educación.
Pero Freire no separó estos dos fenómenos; vio que ambos contienen un acto de conocimiento: conocemos al aprender cosas y también al afrontar nuestros reales desafíos. Él era un filósofo y sabía que la apariencia engaña y que tomar conciencia de la realidad es algo demasiado difícil como para que el estado diseñe los contenidos de la escuela; cada alumno y los desafíos de su entorno son los protagonistas. Educar(nos) es un hecho social y, si no, no hay educación que valga, aunque se apruebe; sólo hay adoctrinamiento y reproducción de este sistema injusto. A Freire, para una educación liberadora, le interesaba conocer el vocabulario básico y generador vital de sus alumnos.
Hace poco asistí a una reunión de profesores de Secundaria con sus (pocos) alumnos y padres gitanos. Aprendí mucho en silencio. Les va a costar entrar por el aro; tanto como a nosotros ponernos a su altura humana, la de sus desafíos existenciales, los que comparten con la mayoría de pobres del planeta. ¿Y vamos a seguir llamando educación a sacarse el graduado?
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