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Año: 2024 , Número: |
Tabla de contenidos |
LA ESCUELA ENFANGADA, sí, porque el discurso de odio
también está en las aulas. En ella se reproducen los males que se
cuelan a diario traspasando sus puertas y ventanas. Causa y efecto
que la convierten en víctima y culpable a la vez de los inevitables
problemas sociales. Lo expresa muy gráficamente nuestra portada: de
la boca salen a menudo palabras como balas que hieren y provocan
violencia física. Como una hoja de papel arrugada con agresivo
empeño, imposible de devolverla a su situación inicial por mucho
que la estiremos, así las palabras lacerantes dejan marcas indelebles
en el alma de las personas, germen del resentimiento. Entonces, ya
nada vuelve a ser igual. Sólo el perdón sincero, que tiende la mano
para dar la oportunidad de rectificar o disculparse puede hacer que
las heridas cicatricen sin rencor o deseos de venganza.
Es decir, que el odio se disuelva mediante la comprensión mutua
y el diálogo constructivo. Lo cual no quita la firmeza para llamar
sin eufemismos a las cosas por su nombre auténtico y encarar con
valentía los desafíos cotidianos, porque, ciertamente, los problemas
graves no se curan haciendo la vista gorda o ignorándolos. En este
sentido, la escuela ha de cumplir su función pedagógica esencial
en medio de los acontecimientos y hacerse experta en prevención y
resolución de conflictos, fomentando la reflexión serena y racional;
la mirada crítica y objetiva; el conocimiento, la argumentación y
el diálogo, todo ello necesario para crear el clima adecuado donde
educarse juntos, desde el respeto y la convivencia pacífica.
Y de esto va este número, no sólo del odio, sino también del perdón,
el gran ausente de los debates sociales. Abunda todo lo referido al
primero y sus consecuencias; o sea, de los discursos elaborados
con lenguaje agresivo, dañino o a la defensiva, disparado sin
piedad contra otros por pensar o vivir distinto, por pertenecer a
diferente raza, género, orientación sexual, religión, ideología, clase
o ascendencia social. Un lenguaje que, sin mejores argumentos,
desautoriza las razones del adversario convertido en enemigo,
o se autojustifica respondiendo en toda ocasión con el abusivo
recurso del “y tú más”. Ya nadie en este contexto, porque sería de
ingenuos, está dispuesto a reconocer públicamente sus propios
errores ni a disculparse por miedo a que se entienda como una
muestra de debilidad, así que se rechaza cualquier gesto que procure
la concordia y el entendimiento. Porque en la “cultura del odio” la
finalidad no es la razón ni la verdad, sino vencer, humillar y aplastar
al enemigo sin importar los medios utilizados.
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