Año: 2018 , Número: | |
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Paulo Freire es todavía imprescindible a los 50 años de su Pedagogía del oprimido. Y desde Educar(NOS) todavía insistimos: aún no se le ha entendido del todo. Muchísima gente por todo el mundo usa su precioso y profundo método liberador y alfabetizador de adultos. Pero él es más que un método y que un didacta útil. Es un filósofo, un auténtico pensador que ya en La educación como práctica de la libertad (1967) dinamitó nuestra manía general de “educar al prójimo” (y más, si es niño). No fue perseguido ni exiliado por liberar a los oprimidos, que había muchos, sino, sobre todo, por denunciar a los opresores – y a los tontos – por su ansia de domesticar con la escuela a la gente. Nadie educa a nadie, afirmó. Y su razón es pura teoría del conocimiento, epistemología.
No es de recibo que los seguidores de Freire aún sigamos hablando de educar a los demás: educarnos es otra cosa, ¡bien apasionante y comprometida! Eso hace de Paulo Freire, a nuestro juicio, el pedagogo más grande y significativo del siglo XX.
Dicen que su Pedagogía del oprimido la acabó en portugués en 1968 y tuvo que publicarla después en Montevideo en español y, en inglés, en Nueva York. Pero siempre conviene recurrir al portugués original para leer y revisar sus textos. En España – aquí lo explican – leímos un Freire clandestino (como en Brasil), ciclostilado y muy mal traducido. Aun así, lo hicimos con afán y devoción. Freire vino a España en diversas ocasiones (como cuenta nuestro Caso abierto). En 1984 le invitó hasta la Universidad Pontificia de Salamanca, que le quiso hacer doctor honoris causa, pero alguien de arriba lo impidió. Todo se cuenta en Freire en Salamanca. Tres conferencias y una charla abierta con los alumnos (PPC, Madrid 2016).
Para comprender mejor a Freire, y vale también para Lorenzo Milani, lo lingüístico es fundamental: ambos optaron por la Palabra como el lugar liberador de la conciencia. Y ambos distinguen con precisión dos hechos muy diferentes que se enredan en las aulas: aprender y madurar, transmitir saberes y educir (crecer) como persona. Esto último, aunque también suceda en la escuela, acontece – sobre todo – en la vida misma; por eso hay analfabetos muy maduros y eruditos muy mezquinos. Tanto Freire como Milani querían que la enseñanza/aprendizaje escolar ayudara a madurar. Que lo aprendido sea un desafío para tomar partido y, así, crecer. Ellos no desdoblaron los dos vocablos que tanto nos confunden – enseñar y educar –, pero basta leer despacio sus escritos para distinguir cuándo hablan de una entrega bancaria o de lo otro, de transmitir o de crecer. ¡Bienvenido, Freire, a esta revista, que te debe su nombre!
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