Año: 2004 , Número: | |
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Desafiados por el absurdo de unos trenes de cercanías de Atocha el 11-M, en Educar(NOS) suspendimos el número ya previsto y decidimos afrontar el desafío. También a eso se debe nuestro retraso. Perdonadnos los lectores otra vez.
No había más remedio que afrontarlo. Aquí hace mucho que huimos de educar como si se tratara de inculcar nuestros mejores ideales y modelar a la gente menuda (si se deja). Hace mucho que preferimos educarnos juntos, es decir, crecer todos, sin pausa, dando la cara a los desafíos de la vida colectiva.
Que la educación después de Auschwitz ya no podía ser la misma, lo formuló Theodor Adorno (con ese título) para “reconocer la fragilidad de las barreras civilizatorias -las grandes tradiciones occidentales que conforman nuestra modernidad- frente a la barbarie” (R. Mate).
Por más que intentamos mirar hacia otra parte y culpar de los onces - S y M - a otras culturas ajenas..., no logramos lavarnos las manos ni olvidarnos de Auschwitz en Nueva York, en Atocha, en Palestina, en las Azores, en la antigua Yugoslavia, en Afganistán, en Irak, en Sudán, en el AIDS mundial o en Algeciras. Si Occidente fuera ajeno a todo ello, aún quedaría en pie su responsabilidad en evitarlo. Porque culpable y responsable no coinciden. No basta ser inocente para ser responsable (y sólo a tratar de serlo llamamos educarnos).
Valga un testimonio personal: “el 11-M sufrimos todos mucho y nos sentimos muy mal durante semanas: desazonados, inquietos, tristes, jóvenes o mayores, ricos y pobres. Pues bien, recuerdo con absoluta nitidez haberme sentido mucho peor hace ya más de un año, durante el preámbulo de la agresión contra Irak por parte de Bush, Blair, Aznar y algunos otros. Jamás habíamos sentido tal desazón, tal vergüenza ajena y propia, tal humillación ante un razonamiento pre-medieval que rescataba la guerra preventiva (o anticipatoria, como nos dijo éste)” (J.L. Corzo).
Y es que el Occidente moderno nos hace vincular de tal manera los hechos con sus causas, que sólo dar con un culpable nos apacigua. Peor aún: hasta asumimos, tan tranquilos, el coste humano (allí) del progreso (de aquí). ¡El fin nos justifica los medios!
“El científico ha sustituido -entre nosotros- al sabio” y suele camuflar el lado oscuro de la vida. Mientras el sabio, pegado a la realidad (eso pretende una pedagogía adherente), se acerca al sufrimiento. Si para el científico el hombre es quien resuelve y transforma, para el sabio es “quien sufre” (R. Mate)
Cuando, por fin, a los efectos vinculamos sus causas, el dolor de las víctimas permanece (y la educación no se puede zafar).
¿Y el absurdo? ¡Ni pensarlo!, parece la consigna. Como si no existiera (¡en la vida de nadie!). Si la tragedia nos aplasta, hay que levantar acta y contar con ello. Eso hemos pretendido esta vez... sin necesidad de ser unánimes.
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